jueves, 24 de octubre de 2013

EN EL MES DE FEBRERO (IX)

Y con este rutina paso el tiempo de enero a junio sin que en mi se diese un cambio. Terminé mi tercer año de la universidad, empecé mis practicas como ayudante de uno de los pintores europeos más destacados y pinté dos o tres cuadros que fueron al almacén nada más enseñárselos a mi tutor. Llego el verano y yo sin planes, ni de vida ni tampoco para el dia siguiente. Pensé que iba a estar así otro año, como aquel, pero Lucia marcó la diferencia con sus notas.
Nunca pensé que alguien pudiera ser tan atento con otra persona que conocía de pocos meses. A veces, por mi cabeza pasaba la idea de que Lucía estaba hay solamente por que no tenía a donde ir, o porque aquí tenia comida gratis y nadie le ponía normas. Pero aquel día, con aquella nota, mis dudas desparecieron.
Bajé a desayunar a la misma hora que todos los días, con el mismo humor que todos los días y con las mismas ganas de volverme a la cama que todos los días. En la encimera de la cocina, al lado de microondas, estaba mi taza con la nota que me dejaba cada mañana Lucía. Sonreí. Esperaba mi típico: "Buenos días, sonríe.". Empecé a leer la nota y mi cara cambió el gesto. No era lo típico. La nota decía:


"Prepara la maleta, nos vamos de viaje.
No puedes quedarte en casa ya que la 
van a pintar entera (si no me crees llama
al número que tienes en el post-it de la nevera.
Te espero el viernes en la estación de tren a 
las 10 de la mañana.
No faltes.

P.D.: Buenos días, sonríe."

En ese momento lo único que hice fue cabrearme. Lucía no me había preguntado nada, aunque si lo hubiera hecho tampoco habría servido de mucho, y quién era ella para pintar mi casa sin mi consentimiento. Después de tomarme mi café de la mañana de mala leche, lo pensé bien, y decidí que, como me tenía que ir de mi propia casa, pues que haría lo que otros habían pensado por mí quitándome aquel problema. 
Quise preparar la maleta pero no sabía ni a donde íbamos, ni cuantos días, ni cómo iba a ser el viaje. Esperé a que Lucía volviera ese día, pero no volvió. Me fui a dormir pensando que si me despertaba ante la encontraría, pero lo que no esperaba es que ya no estuviera en esa casa. Al día siguiente no la encontré en ninguna parte de la casa, al siguiente tampoco  y al tercer día decidí que haría la maleta para comprobar que la nota no era mentira.
El viernes estaba todo listo y preparado para el viaje. A las 8 y media llamaron al timbre. Yo respondí sorprendido. Eran los pintores que venían a pintar la casa. Sonreí para mí. Les abrí la puerta, hablé con el jefe de equipo, le dejé las llaves de la casa y salí por la puerta con dirección a la estación de tren. 




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